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jueves, 21 de mayo de 2009

COLUMNA DE DANIEL SAMPER

EL CUB DE LOS AMIGOS MUERTOS

Como llevaba el mismo nombre y apellido que mi abuelo, pero no llegué a conocerlo, mis familiares se encargaron de contarme su vida. Mi tía Graciela, que era la mayor, recordaba sabrosas anécdotas y mi tía Consuelo, que era mi madrina, me mostraba fotografías del abuelo en un viejo álbum. En casi todas ellas se lo veía con un cigarrillo en la boca o frente a un cenicero desbordado de colillas.

Por mi parentela supe que mi abuelo había muerto muy joven, de cáncer del pulmón. Recuerdo especialmente a estas dos tías porque las quise mucho y porque Consuelo murió víctima de un enfisema pulmonar y Graciela del mismo mal de mi abuelo. Ambas eran fumadoras impenitentes. Al morir apenas rondaban los sesenta.

Cuando llegué expatriado a España, hace dos décadas, me reencontré con Juan Tomás de Salas, editor de Cambio16, que había sido mi compañero en EL TIEMPO años atrás. Fue un amigo inolvidable y un benefactor generoso; un hombre que imprimió un viraje democrático a la prensa española y tuvo especial cariño por Colombia.

En 1989, ante la alarma de su médico, dejó durante un tiempo el cigarrillo con la ayuda de un hipnotizador; pero recayó en el tabaco pocos años más tarde presionado por el estrés. El próximo 22 de agosto se cumplirán ocho años de su muerte. Se lo llevó un cáncer pulmonar que al final fue suficientemente cruel como para impedirle que se levantara de un colchón.

Recuerdo que en aquella época yo escribía algunas comedias y series de televisión con Bernardo Romero Pereiro, amigo y maestro.
La noticia de la muerte de Salas lo impresionó, pero no bastó para que abandonara ese cigarrillo que parecía parte de sus dedos huesudos y alargados. Tardó un tiempo más Bernardo en dejarlo. Y cuando lo dejó ya era tarde. En el 2003 le detectaron un mal llamado Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica (Epoc) y hace tres años, después de una larga agonía en la clínica -que su hija Adriana ha relatado en un bellísimo libro-, los médicos lo mandaron a que muriera en su cama, en su casa y rodeado de los suyos.

Mi mejor amigo, Guillermo ‘La Chiva’ Cortés, los conoció a todos ellos. Con él lamenté sus desapariciones. ‘La Chiva’ las sintió hondamente, porque, después de fumar todos los días durante treinta años una cajetilla de rubio, se espantó cuando le mostraron una radiografía de sus pulmones: apenas vio esa selva oscura, mohosa y fatigada, apagó el último cigarrillo. Por fortuna, ha sobrevivido a tanto humo y sus amigos confiamos en cantarle el cumpleaños de su primer centenario en el 2027. Pero está pagando un precio alto por tanto Marlboro: desde hace meses un cilindro de oxígeno comparte lecho con él y su mujer y Guillermo tiene que bajar a tierra templada o caliente cada fin de semana, pues solo allí respira con alguna facilidad.
Las víctimas del tabaco en el mundo suman millones cada año. Mas, con todo lo alarmantes que ellas sean, yo no pienso en cifras.

Pienso en caras, en risas, en gentes a las que admiré, con las que pasé horas maravillosas y que murieron por algo tan absurdo, tan estúpido como es envenenarse a sorbos de humo. A Daniel, Consuelo, Graciela, Juan Tomás, Bernardo, podría agregar muchos otros nombres que, por culpa del cigarrillo, nos quedaron debiendo cientos de años de vida. Ni a la violencia, ni a los accidentes, ni a enfermedades naturales debo tantos amigos muertos. Por eso no me resigno a callar y permitir que las multinacionales del tabaco hagan con nuestros hijos lo que consiguieron con varias generaciones de consumidores. Por eso -lo siento mucho- digo lo que pienso y procuro que respeten mis pulmones quienes se niegan a hacerlo con los suyos.

No soy fumador. No soy neutral. No soy indiferente.


FUENTE: http://www.danielsamperpizano.com/2008/06/15/el-club-de-los-amigos-muertos/

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